Intervención sobre la escultura de Jose Belloni.
Adhesivo vinílico de corte sobre el bronce.
Adhesivo vinílico de corte sobre el bronce.
Duración: 30 días.
Montevideo, 1998.
Una vez más, Diego Masi tapiza con lunares alguna desprevenida sección del paisaje montevideano. Ahora, los lunares deciden instalarse sobre los caballos del “Entrevero”. Apaciguando, intentando diferenciar, quizás excusando, a los involuntarios actores en esa escultórica consagración de la violencia, en ese turbulento recordatorio de un no muy lejano país bárbaro. Y de paso, intentando que el monumento recupere dimensión humana. Curiosamente, el bronce suele restar gravedad a los hombres y sus hechos. Los eleva hacia la monumentalidad heroica y, como tal, los distancia de la memoria afectiva, atesorada desde la simpleza tibia de los días. Se olvida que esos seres desconocidos, los que se trenzan en el “entrevero, estrago de hombres y bestias”, eran personas comunes y corrientes arrastradas por las insensateces de la historia.
De manera tan poética como lúdica, Diego Masi quiere devolver ese melodramático amasijo de formas, a un terreno donde pueda resultar cercano y discernible. No se trata de irreverencia, mucho menos de faltar el respeto. Se trata de trasladar el absurdo trágico de la guerra fratricida al delicado absurdo de la emergencia poética. No agrede, apenas acciona transitoriamente con levísima, casi gentil ironía. No altera, interviene, para que la mirada acostumbrada se aparte de rutinas y se detenga desentrañadoramente. No trivializa, todo lo contrario, se apoya en el efecto visual para que éste capture, seduzca, haga germinar la remanencia reflexiva. Una intervención artística implica necesariamente una alteración, por lo general transitoria, de la escenografía urbana. Apartándose del museo o de la sala de exposiciones, es decir, de los espacios protegidos, se atreve con la dura intemperie de plazas y calles. Como tal reclama una nueva actitud por parte de quienes contemplan. Antes que el rechazo cómodo, que el desinterés displicente, antes que la mediocridad encantada de si misma, la predisposición para emprender los incomparables vuelos de la imaginación. Entrar en el juego desprendidos de prejuicios y solemnidades retóricas. Entender que lo incomprensible, lo presumiblemente irracional, despierta adormecidas capacidades lúdicas, empuja el siempre relegado ejercicio del absurdo.
En definitiva, se trata de aceptar esa lluvia suave y poética. Empeñada, con el alivio momentáneo del asombro, en fraccionar estolideces, en calmar tormentosos dramatismos. Apenas eso: el asombro, su brevísima y fascinante intensidad.
Alfredo Torres
Foto: Mariana Mendez |
Foto: Mariana Mendez
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Este trabajo fue presentado al Salón Municipal de artes visuales de Montevideo en 1998 en la categoría proyectos y quedo seleccionado para su realización que fue autorizada por el intendente Arquitecto Mariano Arana y el director de cultura Gerardo Grieco.
El jurado del Salón estaba integrado por la Arquitecta y critica de arte Olga Larnaudie, Y los críticos de arte Alfredo Torres y Jorge Abondanza.
Video con fotos:
Video con imagenes tomadas de canal 4:
1998 Programa matinal de canal 4, Montevideo.
Polémica por intervención en la escultura de Belloni y anuncio de posible juicio.
Prensa
14 de Enero de 1999, Pagina 20, Espectáculos, Diario El País, Montevideo.
Por Jorge Abbondanza.
A esta altura la polémica lleva un mes y medio, que es más de lo debido. Por ello la nota siguiente resulta una contradicción, ya que vuelve sobre un tema que debería cerrarse y cae así en el mismo exceso que pretende denunciar. Pero el cronista reconoce haber sucumbido a la necesidad de aclarar un par de cosas sobre el entrevero de "El Entrevero".
Como suele ocurrir en cualquier aldea, la intervención del artista plástico Diego Masi en la obra "El Entrevero" de José Belloni ha provocado un revuelo más duradero que la propia operación. Esa propuesta temporaria y de notoria brevedad, fue realizada a fines de noviembre y retirada a fines de diciembre de 1998. Consistía en pegar pequeños lunares de vinílico sobre las figuras de los caballos que integran Ia escultura: esos adhesivos se colocaron y retiraron esmeradamente, sin daño físico alguno para las superficies de bronce que los recibieron. La idea que Masi lleve a cabo fue un proyecto aprobado en su momento por Ia unanimidad del Jurado que actuó en el Salón Municipal de Expresión Plástica (integrado por Olga Larnaudie, Alfredo Torres y quien firma esta nota), y homologado luego por el intendente municipal Mariano Arana, de manera que I á intervención en "El Entrevero" forme parte de dicho Salón y coincidió con la muestra de las obras premiadas y seleccionadas que se exhibieron en el Centro Municipal de Exposiciones ubicado en Ia Plaza Fabini, junto a la mencionada escultura de Belloni. Producida Ia inesperada resonancia que obtuvo el hecho, parece oportuno efectuar algunas consideraciones al respecto:
UN0
Recientemente se divulgó (EL PAIS, 31 diciembre, pág.10) una carta firmada por 82 uruguayos, algunos de los cuales están vinculados al medio artístico. En ese texto se alude a Ia citada intervención en "El Entrevero" y se expresa el "rechazo a dicho acontecimiento, que ignora y lesiona Ia obra del maestro...". Curiosamente, la obra de Belloni no fue ignorada sino elegida por Masi, en merito a su vecindad con los espacios donde se desarrollaría el Salón Municipal. Tampoco fue lesionada, como puede comprobarlo cualquier observador que la examine actualmente. Sin que los 82 firmantes parezcan advertirlo, lo que en verdad se ignoró al difundir ese documento fueron los respetables antecedentes del artista interventor, un joven plástico uruguayo con abundante actividad y notorio reconocimiento por su labor creadora, que ha obtenido importantes distinciones durante los últimos años. Primer Premio en la Muestra Nacional de Plásticos Jóvenes (1994), Primer Premio en el concurso organizado por EL PAIS a través del Museo de Arte Contemporáneo para viajar a la Bienal de Venecia (1995), Segundo Premio en Ia Bienal de Salto (1996), Premio en el Concurso de Pintura del Ministerio de Relaciones Exteriores (1997), Primer Premio en el Salón del Banco Hipotecario del Uruguay (1997), Premio Fundacien B'nai B'rith (1998). Con esos antecedentes a la vista, resulta por Io menos hemipléjico defender los derechos de un artista nacional (Belloni) desestimando los de otro artista nacional (Masi).
Es llamativo que Ia presunta lesión sufrida por "El Entrevero" y referida por Ia citada carta, no mencione Ia rotura del sable sostenido en alto por uno de los jinetes del monumento, que fue quebrado recientemente por Ia agresión de un grupo de hinchas de fútbol durante una de esas manifestaciones que se producen por calles céntricas luego de ciertos partidos. Cuando se cometió dicha mutilación], habrían hecho falta 82 firmas de uruguayos alarmados al pie de alguna carta que dejara constancia del episodio, pero sin embargo no hubo ningún rechazo colectivo por vía epistolar ante ese otro acontecimiento que "ignore y lesione" la obra del maestro, lo cual demuestra que la inquietud de algunos ciudadanos por la preservación del patrimonio y por los derechos que amparan a una obra artística, constituyen un impulso ocasional y no una vigilancia permanente. De lo contrario, los 82 uruguayos (o bien otros 82) podrían haber firmado una segunda carta donde se emitiera un llamado de alerta ante el lastimoso estado de conservación de otras obras del propio Belloni, como "La Carreta" del Parque Battle que según informe publicado por Ia prensa montevideana (Búsqueda. 30 diciembre, pág. 33) "sufre desde hace años problemas de mantenimiento. A roturas en la base donde apoya el caballo del carrero, se ha ido agregando Ia inclinación de parte de esa figura. El heladero y el fotógrafo que trabajan usualmente en ese lugar trataron de enmendarlo, atando el pie del jinete a Ia rueda de la carreta".
Se ignora el nombre del heladero y del fotógrafo, pero con la mencionada iniciativa ambos merecerán integrar la lista de intervenciones urbanas realizadas sobre obras expuestas en espacios públicos. Actuaron con notable buena voluntad, aunque sin conocimiento de Ia obligación de consultar a los titulares legales de los derechos de autor sobre la obra afectada por esa precaria (aunque muy meritoria) operación de salvataje, cumplida para mitigar los efectos del descuido de quienes deberán responsabilizarse por el estado de conservación del monumento.
DOS
El articulo 16 de la Ley de Derechos de Autor señala que "después de la muerte del autor, el derecho de defender la integridad de la obra pasara a sus herederos...", añadiendo luego que "ninguna adición o corrección podrá hacerse a la obra, ni aún con el consentimiento de los causahabientes del autor, sin señalar especialmente los pasajes agregados o modificados". Aunque el artículo refiere obviamente a obras literarias (por el empleo del vocablo "pasajes") es aplicable por extensión a obras de otra índole, como las esculturas, y constituye una exigencia que no tuvieron en cuenta ni la Intendencia Municipal, ni Diego Masi, ni el Jurado del Salón, ni el heladero ni el fotógrafo del Parque Battle, que operaron o permitieron operar sobre las mencionadas obras de Belloni.
Esa omisión es indiscutible y el descendiente de Belloni que protesto por el suceso de "El Entrevero" así lo hizo constar cuando anunció que emprenderá una acción
legal contra Ia Intendencia Municipal (El Observador, 17 diciembre. pag. 2). Menos compartible resulta la suposición expresada por ese mismo heredero cuando dijo (Busqueda, 8 enero, Fig. 46) que Diego Masi "procure autopromocionarse a costillas de otro artista", presunción de un móvil que ese descendiente considera incorrecto "...desde el punto de vista ético". Los antecedentes de Masi no merecían esa desconsideración, pero es probable que quien formula dichos cargos no conociera la carrera previa del destinatario de sus reparos, cuyo prestigio seguramente "ignoró y lesionó" con tales sospechas. Una notoria abogada uruguaya entrevistada sobre el caso de "El Entrevero" contestó que "...se incurrió en una acción no legal", a lo cual —en un nivel más emparentado con reflexiones morales que con cuestionamientos jurídicos— corresponderá agregar que si bien Ia ley es siempre obligatoria (y eso está fuera de toda discusión) en cambio no siempre es respetable, Un ejemplo de ello es el proyecto de nueva Ley de Derechos de Autor que actualmente se encuentra a estudio de los parlamentarios uruguayos, y que contiene dobleces, trampas y riesgos ampliamente divulgados. Otro ejemplo es la legislación de ciertos países actuales y famosamente civilizados: hace dos meses en Inglaterra se condene a muerte a un perro por haber ladrado a un cartero, quien cursó Ia denuncia luego de recibir esa agresión sonora; hace un mes, el presidente norteamericano Bill Clinton confirmó su apoyo a In pena de muerte que todavía rige en varios Estados de su país. Por otra parte, Uruguay llega al umbral de un nuevo siglo sin disponer de una Ley de Protección a los Animales, vacío que podría merecer una carta firmada al menos por 82 ciudadanos. Los derechos de autor están por el momento debidamente protegidos, pero en una sociedad honorable y sensibilizada esos respaldos deberán coexistir con otros derechos que en eI Uruguay no siempre se encuentran amparados por Ia legislación.
TRES
Llama la atención que en el caso de "El Entrevero" se invoque reiteradamente la ley de Derechos de Autor mientras frente a la misma Plaza Fabini una de las obras mayores del arquitecto Julio Vilamajó (el edificio de La Madrileña) fue enmascarado en la década del 60, quedando enterrado para siempre dentro de un gran cajón frontal. Ante ese previo "ataque" o "ultraje" cometido contra la obra de otro maestro nacional, cabe preguntarse si los descendientes de Vilamajó (había más de uno en la época de esa intervención arquitectónica) no invocaron los derechos que les asistían y si no pudo haber 82 observadores dispuestos a solidarizarse con Ia obra así desfigurada, a pesar de que en ese caso no se trataba de un agregado fugaz sino permanente y tampoco se llevaba a cabo una labor incruenta sino una alevosa sepultura.
También llama la atención que Montevideo se conmocione vivamente en el caso de "El Entrevero" cuando (salvo excepciones para contar las cuales bastan los dedos de una mano) suele permanecer inoperante, desentendido y silencioso ante atentados como: la demolición de monumentos irrecuperables (Palacio Jackson, Bazar Colón, Mercado Central, Teatro Artigas), la demora de 27 años y medio en reconstruir el Estudio Auditorio, el proceso ruinoso del ex-Hotel Nacional y ex-Facultad de Humanidades, la tale de valiosísimos ejemplares del arbolado de Ia ciudad, Ia reforma de la Avenida 18 de Julio culminada en 1972 que hizo desaparecer los árboles y las estupendas columnas de alumbrado, la lividez del nuevo diseño sufrido por la Plaza Varela o la Plaza de los Treinta y Tres, la capa negra que se le impuso hace 15 años al calco de bronce del David de Miguel Angel, arruinado por esa inexplicable mano de pintura contra la cual no se publicaron cartas de celosos firmantes.
El provincianismo que aflige a ciertas actitudes montevideanas se revela justamente ante las intervenciones urbanas, como si se ignorara lo que sucede en In materia en el resto del mundo, donde dichas acciones a cargo de eminencias del arte plástico ya no sorprenden a nadie: el búlgaro Christo Javacheff y su mujer han empaquetado grandes estructuras (desde puentes colgantes haste el Reichstag berlines), el argentino Nicolas Garcia Uriburu tiño de verde el gran canal de Venecia. Con esas obras se llama la atención del público sobre el valor emblemático de un edificio a sobre la contaminación de una reliquia lacustre, y así los artistas modifican (pasajeramente, igual que en la Plaza Fabini) un paisaje urbano, reavivando la capacidad de percepción del público y estimulando su diálogo visual con ciertas obras. Hasta un calificado columnista que discrepó con la propuesta de Diego Masi, reconoció que "... me hizo detener largamente frente a "El entrevero", coma pocas veces lo había hecho" (EL PAIS, 28 noviembre, pág. 7).
Intervenir en el texto de una obra teatral es una operación frecuente y a menudo radical, desde Ias variantes impuestas en escena par Heiner Müller al Hamlet shakespeariano (en su pieza Hamletmachine) o las introducidas en cine por Peter Greenaway a La tempestad (en Prospero's books) hasta los robustos cambios efectuados en Montevideo por Hugo Marquez a La vida es sueño de Calderon de Ia Barca o por Antonio Larreta y Dervy Vilas a Fuente ovejuna de Lope de Vega. En el propio panorama arquitectónico montevideano se han realizado intervenciones múltiples que afectan Ia linea, la integridad, el carácter y la escala de ciertos edificios venerables, desde las fachadas de Villa Muñoz y el Barrio Sur policromadas atrevidamente por Ia Escuela Nacional de Bellas Artes, hasta las alas laterales que a fin de siglo se añadieron al Teatro Solís o el pabellón que actualmente se construye en el Museo Zorrilla, sobre los cuales cabría discutir ampliamente.
Pero en el campo de las intervenciones podrían citarse otros nombres ilustres: los compases de la Marcha militar de Franz Schubert introducidos por Igor Stravinsky en una de sus obras, el tema central del himno Deutschland, Deutschland über alles incrustado en una composición de Joseph Haydn, Ia pirámide de vidrio del arquitecto Pei Ieoh Ming plantada en medio del patio del Palacio del Louvre, las dos figuras infantiles (Rómulo y Remo) agregadas en el siglo XV a la Loba Capitalina, escultura etrusca que había sido emblema de la antigua Roma.
CUATRO
En materia de intervenciones capaces de alterar una obra, habría que hablar de los graffiti que manchan tantos nobles edificios montevideanos y unos cuantos monumentos (el de Simón Bolivar y el de Juan Zorrilla de San Martín, ambos sobre Ia rambla) que están así desde hace tiempo sin que se alcen brazos pare lavar la agresión. Si "El Entrevero" hubiera sido iluminado con nuevos focos de colores, se hubiera elevado la plataforma que lo sostiene o se hubiera cambiado el horrible color celeste del estanque que lo rodea, el cambio habría sido tan visible como los lunares de vinílico, pero seguramente en esos casos no se habrían producido cuestionamientos, quizá porque se tratara de modificaciones más rutinarias. Lo que asusta no es to irrespetuoso o lo agresor
(como aducen algunos que interpretan mal lo sucedido) sino lo inesperado, lo innovador, lo sorprendente. La Ley de Derechos de Autor puede ser una excusa perfecta para sacralizar el temor ante los cambios, aunque sea asimismo (nadie lo niega) un recurso legitimo desde el punto de vista jurídico.
El verdadero peligro para Ia cultura artística de este país no radica empero en Ia intervención pasajera efectuada sobre una escultura, sino más bien en los achaques de una escala de valores por culpa de los cuales la aptitud y la maestría pueden canjearse por la improvisación, el oportunismo y la mediocridad. Pero ese riesgo también consiste en el desconocimiento y la indiferencia con que se postergan ciertas exaltaciones al talento en el descuido con que puede menospreciarse ese talento o puede borrarse Ia memoria de muchos creadores desaparecidos.
Existen grandes patrimonios arrinconados fuera del alcance del público, con los cuales no saben qué hacer los herederos de algunos artistas mayores: cientos de cuadros de Juan Ventayol seguían hasta hace poco apilados en casa de su hermana, cientos de pinturas de Guiscardo Améndola han estado desde hace décadas depositados en casa de su viuda, sin que dos generaciones de uruguayos que no conocen la producción de esos maestros tengan acceso a semejantes tesoros invisibles. Por falta de recursos, de información o de voluntad política, las instituciones públicas no se hacen cargo de tales legados ni de las condiciones en que las respectivas familias los mantienen: harán falta cartas firmadas por integrantes del medio artística (con 82 sería suficiente) pare sacudir la aletargada conciencia de una sociedad que a veces solo quiere ver Ia punta del iceberg (como en el caso de "El Entrevero") y otras veces solo ve la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio (coma en el caso de "La Carreta").
De todas maneras es algo positivo que Ia gente se mueva en torno a un pequeño fenómeno del arte como la intervención en la Plaza Fabini, así sea para tratar de descalificar a un Jurado de veteranos profesionales, a un joven plástico nacional y a las autoridades que impulsaron un salón de expresión artística, como si se tratara de un grupo de irresponsables, porque al menos se demuestra que esas ocurrencias visuales no pasan desapercibidas. Sería mejor aún que el movimiento de protestas se expandiera y resultara útil pare rescatar tantos talleres y acervos en peligro de deterioro o de perdida, que sirviera pare estimular los grandes homenajes retrospectivos que merecen (y no han recibido) algunos maestros como Cabrera, Longa o Barcala, ya que entre los firmantes de la carta aludida figuran pintores, escultores y hasta parientes de artistas. Por el momento sin cuestionar el respaldo legal que asiste en el caso a los herederos de un escultor y sin discutir el derecho de cada uno a opinar como mejor le parezca, las cases que se han dicho sobre el caso de "El Entrevero" son ante todo síntomas de una bienvenida libertad de expresión, privilegio que corresponde a todo ciudadano, aunque algunas de esas expresiones podrían ser confundidas por observadores suspicaces con un acto de fundamentalísmo, tendencia perteneciente a la esfera de la intolerancia que consiste en obstinarse con las razones propias sin atender las razones ajenas, en sobresaltarse ante un hecho aislado sin conmoverse igualmente frente a hechos de gravedad similar aunque ubicados en la vereda de enfrente.
La mejor respuesta a tales indicios debe ser en cambia la tolerancia: aunque pare quien firma esta note el interés que posee la obra escultórica de Belloni sea moderado y desigual, sin alcanzar el nivel de algún otro uruguayo de su época como Juan Manuel Ferrari, merece toda consideración, por lo cual cree que deberían tomarse medidas urgentes para restaurar "La Carreta", reponer el sable quebrado de "El Entrevero" y neutralizar el ingrato color de in fuente que envuelve la base de ese monumento. La misma tolerancia puede ser útil para defender el derecho de todos, sin suponer intenciones espurias en nadie; también puede servir para recordar que en este medio cultural todo el mundo viaja a bordo del mismo barco y debe colaborarse con quienes reman si es que se aspira a que el barco navegue, en lugar de fomentar discordias capaces de vararlo o de provocar un naufragio. Aunque tal vez algunos prefieran que los Salones oficiales no vuelvan a hacerse y la gente pase de largo ante las esculturas implantadas en lugares públicos: esa alternativa seria más sencilla más apagada y seguramente más inmóvil, como conviene al aire embalsamado de una aldea.
Jorge Abbondanza